lunes, 31 de mayo de 2021

En los pasos de Fafán

 


Tuvo que haber sido una tarde de primavera esa tarde lluviosa en la que con mi padre jugábamos unas carreras de quién llegara primero hasta el vehículo. No hay forma de recordar quién ganó, pero si yo lo hice no fue por otra cosa que él hubiese dejado que así fuera.

Yo no tenía más de diez años, y él, que a la sazón practicaba tenis varias veces por semana tenía entonces todas las de ganar.

Tal vez no es infrecuente en un niño ver a su padre como un súper héroe, pero este de verdad que tenía poderes súper especiales: a este le vi saltarse entre balcones, le vi correr carreras y ganarlas siempre, le vi quitarse un dedo y volverlo a poner, lo vi escalar montañas –además de las de la vida-, le vi, con su súper poder láser, leerme la mente. Le vi hacer tantas cosas que aun hoy en día puedo decir esos súper poderes sí que fueron reales.

El tiempo pasó, es cierto, y en algún momento que uno nunca sabe bien cómo ocurre ya era yo quien podía ganar cualquier carrera física. Uno llega a pensar que entonces los súper poderes han pasado a uno, pero no es así.

Por supuesto que esa ventaja física no hizo más que incrementarse después, mucho más cuando sus condiciones de salud le hicieron gradualmente invalidarse, hasta que muy al final esa invalidez se convirtió en absoluta.

Fiel a su carácter indomable, entonces decidió caminar de otro modo. Decidió recorrer el camino que todos hemos de andar.

Pero antes de esa otra forma de andar, ¿qué lo llevó a ser tan grande?, ¿qué lo llevó a ser tan único?, ¿qué tan especial? ¿Fueron aquellos súper poderes que yo de niño presencié, o fueron otros aun más trascendentales?

¿Sería su vocación al estudio y a la profesionalidad que le llevaron a ser, sin ninguna duda, uno de los mejores en su especialidad en el país, mereciéndole una importante cantidad de reconocimientos, y una no despreciable cantidad de posiciones gremiales aquí, y en toda latinoamérica? (Nada mal para alguien que trilló su camino desde un remoto municipio de Puerto Plata: Imbert.)

Quizás fue eso, o tal vez su forma de guiar y de enseñar de una forma tan mágica las que le hicieron tan grande. Como tan fácil, tan por arte de magia, aprendí a montar bicicleta con ella sin rueditas y él diciendo: «tú puedes», mientras con sus brazos invisibles de súper héroe aún la sostenía.

No solo yo o mis hermanos, también fueron sus discípulos médicos, los residentes de anestesia, los que fueron también sus estudiantes en la universidad, para quienes su vocación didáctica resultaba ser única.

O quizás su alto estándar de moralidad difícil de emular que le guió hacia las luchas sociales en sus versiones más nobles.

O sería, tal vez, su vocación de amistad genuina que tuvo no solo con sus nunca olvidados coterráneos compueblanos durante toda la vida, pero también con una interminable lista de seres queridos que su carisma cultivó a lo largo de la vida.

O fue su humanidad, aquella que toda la vida le permitió ver de forma indistinta al afortunado del que no tanto, y escuchar sus historias con tanto interés sin importar quién de ellos la narrara. Bastaba con que fuera importante para el relator.

¿Qué lo hizo tan grande? Supongo que será un enigma pendiente de descifrar en el resto de mis días. Pero en el interín, tanto a mí como a mis iguales no nos queda de otra que la utópica tarea de intentar calzar los zapatos de aquel cuyos pasos ahora nos toca andar.