Hace unos meses escuchaba un discurso de un conocido líder latinoamericano cuyo nombre no voy a revelar como tampoco revelare que su dilatada carrera política la ha pasado con una insigne barba. Esta disertación se pronunció hace alrededor de una década en la ciudad Nueva York curiosamente en las instalaciones de una iglesia protestante y en presencia de su feligrecia y pastor, y en ella, este hombre narraba la historia del indio Hatuey cuando las fuerzas conquistadoras españolas se alistaban para fusilarle, y decía el connotado líder, que en ese momento le ofrecieron al aborigen la oportunidad de bautizarse para de ese modo poder llegar al cielo. Acto seguido, el indigena preguntó que si los españoles que estaban con él ahí, y que habían sido tenido por los indígenas como matadores y abusadores, también irían al cielo por haber cumplido todos los requisitos religiosos que se entendían necesarios en esa época. Cuando le confirmaron a Hatuey que si irían al cielo, su expresión breve y concisa fue “entonces, yo no quiero ir al cielo”.
Del mismo modo, decía el connotado líder, existen muchas personas en el presente que predican del cielo, del cristianismo, de la espiritualidad en fin de una nueva vida; que no viven una vida de abnegación, una vida de preocupación social, una vida en donde les preocupe no vivir en un esquema mas justo, en resumen, no les importa lo que pase con los demás ni sus necesidades. Lo que el astuto líder, que no es creyente, aprovecho para decir, “a ese cielo, al cielo al que irán esas personas, yo no quiero ir.”.
Es una pena que argumentos como este no puedan, en muchas ocasiones, ser rebatidos por la iglesia de Cristo. Es decir, vivimos como si hubieran dos dimensiones paralelas, una, la muy espiritual en donde el enfoque es leer la biblia cada día, asistir a los cultos, colaborar con nuestras iglesias, hacer nuestras campanas y formarnos según nuestras doctrinas; y por el otro, el mundo ordinario, el del día a día, aquel al que nos tenemos que ceñir si queremos ser prósperos en nuestros negocios aquí en la tierra, un mundo en donde no importan los demás mas allá de ser instrumentos para alcanzar nuestros propósitos mercantiles. Ignoramos, deliberadamente, que gran parte de nuestros males como sociedad: la delincuencia, el narcotráfico, los robos, los atracos, la inversión de valores morales tienen su génesis en esa forma en que todos nosotros, y en este caso la iglesia de Cristo, nos hemos deshumanizado.
Dicho en palabras de Jesús, esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello.
Del mismo modo, decía el connotado líder, existen muchas personas en el presente que predican del cielo, del cristianismo, de la espiritualidad en fin de una nueva vida; que no viven una vida de abnegación, una vida de preocupación social, una vida en donde les preocupe no vivir en un esquema mas justo, en resumen, no les importa lo que pase con los demás ni sus necesidades. Lo que el astuto líder, que no es creyente, aprovecho para decir, “a ese cielo, al cielo al que irán esas personas, yo no quiero ir.”.
Es una pena que argumentos como este no puedan, en muchas ocasiones, ser rebatidos por la iglesia de Cristo. Es decir, vivimos como si hubieran dos dimensiones paralelas, una, la muy espiritual en donde el enfoque es leer la biblia cada día, asistir a los cultos, colaborar con nuestras iglesias, hacer nuestras campanas y formarnos según nuestras doctrinas; y por el otro, el mundo ordinario, el del día a día, aquel al que nos tenemos que ceñir si queremos ser prósperos en nuestros negocios aquí en la tierra, un mundo en donde no importan los demás mas allá de ser instrumentos para alcanzar nuestros propósitos mercantiles. Ignoramos, deliberadamente, que gran parte de nuestros males como sociedad: la delincuencia, el narcotráfico, los robos, los atracos, la inversión de valores morales tienen su génesis en esa forma en que todos nosotros, y en este caso la iglesia de Cristo, nos hemos deshumanizado.
Dicho en palabras de Jesús, esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello.
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