miércoles, 27 de noviembre de 2024

Reflexiones sobre la inteligencia artificial


Yo me declarado fanático de ChatGPT y de todas las soluciones de inteligencia artificial similares. Y lo soy, porque nunca antes había sido tan sencillo obtener una respuesta precisa a nuestras inquietudes. Ya no estamos limitados a motores de búsqueda, por poderosos que sean, que nos obligaban a explorar múltiples opciones sugeridas por Google u otros buscadores antes de encontrar la respuesta precisa que buscábamos.

 

Por supuesto, cada desarrollo tecnológico tiene sus desventajas. En este caso, el principal desafío es verificar las fuentes de las afirmaciones que herramientas como ChatGPT proporcionan, especialmente si la pregunta —y por ende la respuesta— es de importancia crítica.

 

Sin embargo, considero infundado el temor de que la inteligencia artificial podría llegar a sustituir al ser humano. Como diría el Rey Julien de Madagascar: "¡Nunca de los nuncas!" eso va a llegar a ocurrir. Para respaldar esta afirmación, debemos recurrir a una rama del conocimiento humano lamentablemente subestimada en ciertos contextos, pero hoy más importante que nunca antes: la filosofía.

 

Una de las grandes preguntas filosóficas aún sin responder es la naturaleza de la conciencia. ¿Qué significa ser consciente? Es decir, saberse un ser único y distinto de todo lo que lo rodea. Más aún, ¿cómo se desarrolla un propósito? ¿Qué impulsa a esa conciencia a buscar una razón y un objetivo para su existencia?

 

Un ejemplo práctico para reflexionar es el de la productividad en bienes o servicios, como los automóviles o la producción agrícola. Si los avances tecnológicos respaldados por inteligencia artificial logran satisfacer o incluso superar la demanda con una mínima o nula intervención humana en el proceso, surge una pregunta clave: ¿para quién será esa producción? La respuesta sigue siendo la misma: para el propio ser humano. Más que centrarnos en la posible pérdida de empleo que podría generar un desarrollo así, podríamos destacar que estos avances permitirían que los trabajadores, que antes contribuían a la producción bajo condiciones menos recompensadas, ahora tengan un acceso más fácil y equitativo a los bienes que ellos mismos antes ayudaban a generar.

 

El argumento de que ciertas industrias enfrentarán pérdidas masivas de empleo debido a la tecnología no es nuevo; es una constante histórica que comenzó con la Revolución Industrial. En aquel entonces, las relaciones entre los obreros y la producción se transformaron drásticamente, y aunque inicialmente hubo resistencia, esas mismas innovaciones sentaron las bases para el crecimiento económico y el avance social del que hoy disfrutamos.

 

En este sentido, no hay motivo para temer a la inteligencia artificial más allá de comprenderla como lo que realmente es: una herramienta al servicio del desarrollo humano. Con el enfoque y la regulación adecuados, puede convertirse en un aliado poderoso para mejorar la calidad de vida y democratizar el acceso a los bienes y servicios esenciales que las propias limitaciones de producción anterior, dificultaban.

 

Eso sí, debemos usarla con cautela, conscientes de que, al igual que sus creadores, estas tecnologías son falibles. Esto nos obliga a estar atentos para evitar que causen problemas, más allá de aquellos que la humanidad misma ya ha generado en el pasado.

 

En lo que respecta a nosotros, y nuestro modus vivendi tras esa aparente pérdida de empleos, nuevas ocupaciones sin dudas, surgirán, y, esta vez, no solo más satisfactorias que las anteriores, sino cada vez más haciendo uso de aquellas características que nos hacen inconfundiblemente humanos.

 

Experiencias como el miedo, la alegría, el dolor, nuestra capacidad de hacernos preguntas y, más profundamente, nuestras creencias, son aspectos que establecen un abismo insalvable entre las máquinas y los seres humanos. Este abismo no solo es la base de nuestra humanidad, sino también un recordatorio de que la inteligencia artificial, por más avanzada que sea, nunca podrá replicar lo que nos hace verdaderamente humanos.