lunes, 26 de agosto de 2024

Que no se los lleve el viento

 
Registrando nuestras vivencias

 En una de aquellas conversaciones eternas con mi hijo, José David -quien en los últimos años se ha dado a la tarea de criarme a mí-, mi más reciente tutor me recomendaba que debería escribir sobre aquellas vivencias que a lo largo de los años he ido acumulando. Tampoco es que sean tantos, aunque mi mentor de cabecera no parece estar muy de acuerdo con mi apreciación cronológica…

En cualquier caso, en la eventualidad de que por cualquier razón misteriosa uno perciba que el reloj de arena de la vida ya ha sido girado, a algunos de nosotros nos asalta la idea de que ha llegado el momento de asegurar que, tras nuestro paso por esta tierra, algún legado haya sido construido, y que sea capaz de sobrevivirnos largamente cuando ya no estemos más en este vecindario.


La Trascendencia de los Aportes Cotidianos

De modo que, con tamaña ambición, la idea de escribir nuestras vivencias y recuerdos, ya sean personales o eventos públicos narrados desde nuestra perspectiva, podría parecer a primera vista algo demasiado simplista.

Sin embargo, la realidad es que la profundidad de ese pensamiento es bastante más poderosa de lo que puede ser percibido a primera vista; pues ese deseo de dejar algún legado importante puede guiarnos, erróneamente, a suponer que esa misión no está lograda a cabalidad si no se ha hecho algún logro individual que pueda ser exhibido de manera pomposa.

Infestados, quizás, por algún ego tantito hollywoodense que nos obsesiona con dejar un gran legado, es muy fácil perder de vista que todos los grandes logros de la humanidad no han sido más que acumulaciones de conocimientos y de experiencias de muchas vidas y en muchas generaciones que de alguna forma han quedado registrados para ser de provecho a quienes llegaron detrás.

En el baseball se cuenta que jugador extraordinario es aquel que hace las jugadas ordinarias extraordinariamente. No hay necesidad de una gran cantidad de jugadas grandilocuentes para pasar a ser extraordinario: basta con hacer lo ordinario…..

En otras palabras, lo relevante aquí es que nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos—ya sean biológicos o no, considerando a toda la especie humana—se beneficien de nuestros aportes. No importa cuán grandilocuentes hayan sido, ni si se recuerda quién aportó ese grano de arena.

Facundo Cabral nos recuerda: “Hasta que el pueblo la canta las coplas coplas no son, y cuando las canta el pueblo ya nadie sabe el autor, procura tu que tus coplas vayan al pueblo a parar, pues lo que se pierde en gloria se gana en eternidad.”

En ese sentido, nuestra profundización en nuestra comprensión del mundo tanto social como natural no ha sido más que la concatenación de eventos que funcionan como eslabones en donde a falta de cualquiera de ellos, la cadena de eventos que resulto en todo lo que la humanidad ha logrado simplemente no existiría.

Así, una tarea aparentemente modesta de un maestro de primaria puede tener un impacto profundamente trascendental al inspirar a un niño o niña que, con el tiempo, podría llegar a convertirse en un Einstein, Marie Curie, Galileo, Newton, Rosalind Franklin, o cualquier nombre por el estilo, aun cuando termine siendo uno no tan rimbombante. No existe ningún aporte intrascendente cuando se considera desde esta perspectiva.

De esta forma, al plasmar aquellas vivencias siempre visto desde una perspectiva única –es decir, de una forma que nadie más lo podría haber hecho-, estaremos poniendo nuestro grano de arena al mismísimo desarrollo integral de toda la humanidad.


Preservando los Recuerdos de una Generación Única

Reflexionando sobre este pensamiento, me pregunté por qué no extender esta idea a las personas maravillosas de mi generación que he conocido a lo largo de mi vida.

Invitarles a participar en la ardua labor de escribir aquellos recuerdos que ni la más avanzada inteligencia artificial podrá capturar por nosotros, antes de que desaparezcan. Estos son los últimos recuerdos previos a la era de los videos masivos, y deben ser preservados antes de que, junto con nosotros, se pierdan esos aprendizajes y experiencias que nos han definido de manera tan particular, incluyendo aquellos que están asociados a nuestra felicidad y, con suerte, a la de las generaciones futuras.

Nosotros somos la última generación antes de que las experiencias comenzaran a ser registradas más a través de videos de celulares inteligentes que por medio de la escritura. Con ello, se ha perdido ese hábito casi reverencial con el que, hasta ese momento, procurábamos documentar nuestras vivencias, al menos las más importantes.

Es decir, por encima del hecho tantito escalofriante de que los registros modernos están en algún lugar misterioso llamado “la nube” a través de las redes sociales (o sea, guardado en el disco duro de la computadora de alguien más), los recuerdos de nuestra infancia y juventud ni siquiera están ahí. Esto nos lleva a una situación sin precedentes en la que esas memorias podrían extinguirse sin posibilidad de preservarse.

Verán, previo al advenimiento de los smartphones combinados con lo fácil que es postear por alguna red social, una vez asentada alguna suerte de sabiduría las personas solían en mayor o menor escala sentarse a escribir las experiencias que habían acumulado en la vida.

Algunas personas no esperaban tanto, y entonces tenían el habito de escribir en algún diario todo lo que le iba ocurriendo sobre una base diaria. Y entonces llego Instagram y otras redes sociales que constituyen un diario en sí mismo.

Y claro. Mal haría yo al oponerme a una tecnología que por demás vino para quedarse, Sin embargo, es importante destacar que en esta tecnología no se encuentra registrada ni la juventud, y mucho menos la infancia de nuestra generación, algo de lo cual temo que no somos del todo conscientes.

Y si, es cierto que la gran mayoría de los eventos de gran importancia política o social reposan en nuestras hemerotecas. Pero aquellos no tan rimbombantes y que nos resultaron tan nuestros, y que llegaron a construir lo que luego llegamos a ser no quedaron registrados en ningún lugar, y amenazan, con alguna suerte, a solo dar “verde a los pinos, y amarillo a las genistas.” (De la canción de Serrat), Mediterraneo.

Es cierto que la mayoría de los eventos de gran importancia política o social reposan en nuestras hemerotecas. Sin embargo, aquellos momentos menos rimbombantes pero profundamente nuestros, que contribuyeron a formar quienes somos, no quedaron registrados en ningún lugar. Estos recuerdos, lamentablemente, corren el riesgo de desaparecer, o solo a dar “verde a los pinos, y amarillo a las genistas”, como dice Serrat en su canción, Mediterráneo.

De modo que la suerte está echada. La propuesta lanzada. A ver si encontramos dentro de nuestras propias experiencias una Patria, y, quien sabe, hasta un mundo mejor.

Dedicado a aquellas personas maravillosas que he ido conociendo a lo largo de la vida.