viernes, 13 de diciembre de 2024

El Ajedrez y la Lección de Nuestras Limitaciones


El ajedrez es reconocido como un juego profundamente estratégico, que exige una notable habilidad mental para alcanzar niveles elevados de competencia. No es para menos, ya que, en 1950, Claude Shannon estimó que el número de partidas posibles es la brutal cifra 10 elevado a la 120, una cantidad que es casi imposible de imaginar tomando en cuenta que el número de átomos en todo el universo observable queda cortísimo con apenas un 10 elevado a la 80. Si dividiéramos la cantidad de posibles juegos de ajedrez entre la cantidad de átomos, el resultado seguiría siendo un número extraordinariamente grande, algo más allá de nuestra capacidad para conceptualizar.

 

Sin embargo, al profundizar en el tema, uno se da cuenta de que el ajedrez, en esencia, es un juego relativamente simple. Todo lo que ocurre en una partida se desarrolla en un pequeño tablero de 8x8 casillas y se rige por un conjunto de reglas que incluso un niño de seis años puede entender con unas pocas horas de práctica.


Ahora bien, al mirar a nuestro alrededor, el contraste es claro. Las decisiones que tomamos a cada momento, desde las más triviales hasta las más trascendentales, son infinitamente más complejas que lo que ocurre en una pequeña matriz 8 x 8. Sin mencionar los dilemas globales que la humanidad enfrenta: el cambio climático, las armas nucleares o la gestión de la inteligencia artificial. Tales desafíos, si es que es posible modelarlos, de seguro necesitaría de matrices de millones, por millones, por millones. Solo Dios sabe en cuántas dimensiones.

 

Y ahí está el dilema: a pesar de tener frente a nosotros un simple tablero con unas pocas piezas, el ser humano es incapaz de ver la jugada óptima en cualquier momento, incluso cuando se trate del mismísimo campeón mundial. La derrota de Kasparov ante Deep Blue hace casi tres décadas dejó en evidencia esta limitación, y lo sorprendente es que, en comparación con los sistemas de ajedrez actuales, Deep Blue es apenas un vestigio de lo que hoy se puede lograr en términos computacionales.

 

Y aquí es donde reside la lección más profunda que todo esto nos enseña: nuestra limitación inherente para percibir lo mejor en algo tan aparentemente simple como un tablero de 8x8 refleja nuestras limitaciones en la realidad misma. Apenas somos conscientes de una fracción mínima de lo que ocurre a nuestro alrededor. Este hecho es innegable, aunque a menudo preferimos no aceptarlo, ya sea por desconocimiento o por miedo a enfrentarnos a la inmensidad de nuestra ignorancia.

 

Para usar las palabras de Carl Sagan, comprender estas limitaciones es una experiencia profundamente transformadora, que nos ayuda a construir nuestra humildad y carácter. El ajedrez, en su complejidad subyacente, pone en evidencia la pequeñez humana en el vasto contexto universal, recordándonos que nuestras percepciones y capacidades son solo una fracción minúscula de lo que realmente es.

 

Más allá del legado cultural que nos ha llegado desde la India, en el mundo moderno, el ajedrez se mantiene como un recordatorio constante de nuestras imperfecciones y limitaciones.

 

Afortunadamente, es precisamente en nuestras imperfecciones, en nuestras limitaciones e incluso en nuestros errores donde se encuentra la fuente de la creatividad que ha moldeado a la humanidad tal como la conocemos. Esos errores, lejos de ser un obstáculo, se convierten en la inspiración que, generosamente, nos brinda valiosas lecciones, impulsándonos a avanzar y guiándonos en el camino hacia la superación y el progreso ante los desafíos que enfrentamos.

miércoles, 27 de noviembre de 2024

Reflexiones sobre la inteligencia artificial


Yo me declarado fanático de ChatGPT y de todas las soluciones de inteligencia artificial similares. Y lo soy, porque nunca antes había sido tan sencillo obtener una respuesta precisa a nuestras inquietudes. Ya no estamos limitados a motores de búsqueda, por poderosos que sean, que nos obligaban a explorar múltiples opciones sugeridas por Google u otros buscadores antes de encontrar la respuesta precisa que buscábamos.

 

Por supuesto, cada desarrollo tecnológico tiene sus desventajas. En este caso, el principal desafío es verificar las fuentes de las afirmaciones que herramientas como ChatGPT proporcionan, especialmente si la pregunta —y por ende la respuesta— es de importancia crítica.

 

Sin embargo, considero infundado el temor de que la inteligencia artificial podría llegar a sustituir al ser humano. Como diría el Rey Julien de Madagascar: "¡Nunca de los nuncas!" eso va a llegar a ocurrir. Para respaldar esta afirmación, debemos recurrir a una rama del conocimiento humano lamentablemente subestimada en ciertos contextos, pero hoy más importante que nunca antes: la filosofía.

 

Una de las grandes preguntas filosóficas aún sin responder es la naturaleza de la conciencia. ¿Qué significa ser consciente? Es decir, saberse un ser único y distinto de todo lo que lo rodea. Más aún, ¿cómo se desarrolla un propósito? ¿Qué impulsa a esa conciencia a buscar una razón y un objetivo para su existencia?

 

Un ejemplo práctico para reflexionar es el de la productividad en bienes o servicios, como los automóviles o la producción agrícola. Si los avances tecnológicos respaldados por inteligencia artificial logran satisfacer o incluso superar la demanda con una mínima o nula intervención humana en el proceso, surge una pregunta clave: ¿para quién será esa producción? La respuesta sigue siendo la misma: para el propio ser humano. Más que centrarnos en la posible pérdida de empleo que podría generar un desarrollo así, podríamos destacar que estos avances permitirían que los trabajadores, que antes contribuían a la producción bajo condiciones menos recompensadas, ahora tengan un acceso más fácil y equitativo a los bienes que ellos mismos antes ayudaban a generar.

 

El argumento de que ciertas industrias enfrentarán pérdidas masivas de empleo debido a la tecnología no es nuevo; es una constante histórica que comenzó con la Revolución Industrial. En aquel entonces, las relaciones entre los obreros y la producción se transformaron drásticamente, y aunque inicialmente hubo resistencia, esas mismas innovaciones sentaron las bases para el crecimiento económico y el avance social del que hoy disfrutamos.

 

En este sentido, no hay motivo para temer a la inteligencia artificial más allá de comprenderla como lo que realmente es: una herramienta al servicio del desarrollo humano. Con el enfoque y la regulación adecuados, puede convertirse en un aliado poderoso para mejorar la calidad de vida y democratizar el acceso a los bienes y servicios esenciales que las propias limitaciones de producción anterior, dificultaban.

 

Eso sí, debemos usarla con cautela, conscientes de que, al igual que sus creadores, estas tecnologías son falibles. Esto nos obliga a estar atentos para evitar que causen problemas, más allá de aquellos que la humanidad misma ya ha generado en el pasado.

 

En lo que respecta a nosotros, y nuestro modus vivendi tras esa aparente pérdida de empleos, nuevas ocupaciones sin dudas, surgirán, y, esta vez, no solo más satisfactorias que las anteriores, sino cada vez más haciendo uso de aquellas características que nos hacen inconfundiblemente humanos.

 

Experiencias como el miedo, la alegría, el dolor, nuestra capacidad de hacernos preguntas y, más profundamente, nuestras creencias, son aspectos que establecen un abismo insalvable entre las máquinas y los seres humanos. Este abismo no solo es la base de nuestra humanidad, sino también un recordatorio de que la inteligencia artificial, por más avanzada que sea, nunca podrá replicar lo que nos hace verdaderamente humanos.

lunes, 26 de agosto de 2024

Que no se los lleve el viento

 
Registrando nuestras vivencias

 En una de aquellas conversaciones eternas con mi hijo, José David -quien en los últimos años se ha dado a la tarea de criarme a mí-, mi más reciente tutor me recomendaba que debería escribir sobre aquellas vivencias que a lo largo de los años he ido acumulando. Tampoco es que sean tantos, aunque mi mentor de cabecera no parece estar muy de acuerdo con mi apreciación cronológica…

En cualquier caso, en la eventualidad de que por cualquier razón misteriosa uno perciba que el reloj de arena de la vida ya ha sido girado, a algunos de nosotros nos asalta la idea de que ha llegado el momento de asegurar que, tras nuestro paso por esta tierra, algún legado haya sido construido, y que sea capaz de sobrevivirnos largamente cuando ya no estemos más en este vecindario.


La Trascendencia de los Aportes Cotidianos

De modo que, con tamaña ambición, la idea de escribir nuestras vivencias y recuerdos, ya sean personales o eventos públicos narrados desde nuestra perspectiva, podría parecer a primera vista algo demasiado simplista.

Sin embargo, la realidad es que la profundidad de ese pensamiento es bastante más poderosa de lo que puede ser percibido a primera vista; pues ese deseo de dejar algún legado importante puede guiarnos, erróneamente, a suponer que esa misión no está lograda a cabalidad si no se ha hecho algún logro individual que pueda ser exhibido de manera pomposa.

Infestados, quizás, por algún ego tantito hollywoodense que nos obsesiona con dejar un gran legado, es muy fácil perder de vista que todos los grandes logros de la humanidad no han sido más que acumulaciones de conocimientos y de experiencias de muchas vidas y en muchas generaciones que de alguna forma han quedado registrados para ser de provecho a quienes llegaron detrás.

En el baseball se cuenta que jugador extraordinario es aquel que hace las jugadas ordinarias extraordinariamente. No hay necesidad de una gran cantidad de jugadas grandilocuentes para pasar a ser extraordinario: basta con hacer lo ordinario…..

En otras palabras, lo relevante aquí es que nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos—ya sean biológicos o no, considerando a toda la especie humana—se beneficien de nuestros aportes. No importa cuán grandilocuentes hayan sido, ni si se recuerda quién aportó ese grano de arena.

Facundo Cabral nos recuerda: “Hasta que el pueblo la canta las coplas coplas no son, y cuando las canta el pueblo ya nadie sabe el autor, procura tu que tus coplas vayan al pueblo a parar, pues lo que se pierde en gloria se gana en eternidad.”

En ese sentido, nuestra profundización en nuestra comprensión del mundo tanto social como natural no ha sido más que la concatenación de eventos que funcionan como eslabones en donde a falta de cualquiera de ellos, la cadena de eventos que resulto en todo lo que la humanidad ha logrado simplemente no existiría.

Así, una tarea aparentemente modesta de un maestro de primaria puede tener un impacto profundamente trascendental al inspirar a un niño o niña que, con el tiempo, podría llegar a convertirse en un Einstein, Marie Curie, Galileo, Newton, Rosalind Franklin, o cualquier nombre por el estilo, aun cuando termine siendo uno no tan rimbombante. No existe ningún aporte intrascendente cuando se considera desde esta perspectiva.

De esta forma, al plasmar aquellas vivencias siempre visto desde una perspectiva única –es decir, de una forma que nadie más lo podría haber hecho-, estaremos poniendo nuestro grano de arena al mismísimo desarrollo integral de toda la humanidad.


Preservando los Recuerdos de una Generación Única

Reflexionando sobre este pensamiento, me pregunté por qué no extender esta idea a las personas maravillosas de mi generación que he conocido a lo largo de mi vida.

Invitarles a participar en la ardua labor de escribir aquellos recuerdos que ni la más avanzada inteligencia artificial podrá capturar por nosotros, antes de que desaparezcan. Estos son los últimos recuerdos previos a la era de los videos masivos, y deben ser preservados antes de que, junto con nosotros, se pierdan esos aprendizajes y experiencias que nos han definido de manera tan particular, incluyendo aquellos que están asociados a nuestra felicidad y, con suerte, a la de las generaciones futuras.

Nosotros somos la última generación antes de que las experiencias comenzaran a ser registradas más a través de videos de celulares inteligentes que por medio de la escritura. Con ello, se ha perdido ese hábito casi reverencial con el que, hasta ese momento, procurábamos documentar nuestras vivencias, al menos las más importantes.

Es decir, por encima del hecho tantito escalofriante de que los registros modernos están en algún lugar misterioso llamado “la nube” a través de las redes sociales (o sea, guardado en el disco duro de la computadora de alguien más), los recuerdos de nuestra infancia y juventud ni siquiera están ahí. Esto nos lleva a una situación sin precedentes en la que esas memorias podrían extinguirse sin posibilidad de preservarse.

Verán, previo al advenimiento de los smartphones combinados con lo fácil que es postear por alguna red social, una vez asentada alguna suerte de sabiduría las personas solían en mayor o menor escala sentarse a escribir las experiencias que habían acumulado en la vida.

Algunas personas no esperaban tanto, y entonces tenían el habito de escribir en algún diario todo lo que le iba ocurriendo sobre una base diaria. Y entonces llego Instagram y otras redes sociales que constituyen un diario en sí mismo.

Y claro. Mal haría yo al oponerme a una tecnología que por demás vino para quedarse, Sin embargo, es importante destacar que en esta tecnología no se encuentra registrada ni la juventud, y mucho menos la infancia de nuestra generación, algo de lo cual temo que no somos del todo conscientes.

Y si, es cierto que la gran mayoría de los eventos de gran importancia política o social reposan en nuestras hemerotecas. Pero aquellos no tan rimbombantes y que nos resultaron tan nuestros, y que llegaron a construir lo que luego llegamos a ser no quedaron registrados en ningún lugar, y amenazan, con alguna suerte, a solo dar “verde a los pinos, y amarillo a las genistas.” (De la canción de Serrat), Mediterraneo.

Es cierto que la mayoría de los eventos de gran importancia política o social reposan en nuestras hemerotecas. Sin embargo, aquellos momentos menos rimbombantes pero profundamente nuestros, que contribuyeron a formar quienes somos, no quedaron registrados en ningún lugar. Estos recuerdos, lamentablemente, corren el riesgo de desaparecer, o solo a dar “verde a los pinos, y amarillo a las genistas”, como dice Serrat en su canción, Mediterráneo.

De modo que la suerte está echada. La propuesta lanzada. A ver si encontramos dentro de nuestras propias experiencias una Patria, y, quien sabe, hasta un mundo mejor.

Dedicado a aquellas personas maravillosas que he ido conociendo a lo largo de la vida.