Registrando nuestras vivencias
En cualquier caso, en la eventualidad de que por cualquier
razón misteriosa uno perciba que el reloj de arena de la vida ya ha sido
girado, a algunos de nosotros nos asalta la idea de que ha llegado el momento
de asegurar que, tras nuestro paso por esta tierra, algún legado haya sido
construido, y que sea capaz de sobrevivirnos largamente cuando ya no estemos
más en este vecindario.
La Trascendencia de los Aportes Cotidianos
De modo que, con tamaña ambición, la idea de escribir
nuestras vivencias y recuerdos, ya sean personales o eventos públicos narrados
desde nuestra perspectiva, podría parecer a primera vista algo demasiado
simplista.
Sin embargo, la realidad es que la profundidad de ese
pensamiento es bastante más poderosa de lo que puede ser percibido a primera
vista; pues ese deseo de dejar algún legado importante puede guiarnos,
erróneamente, a suponer que esa misión no está lograda a cabalidad si no se ha
hecho algún logro individual que pueda ser exhibido de manera pomposa.
Infestados, quizás, por algún ego tantito hollywoodense que
nos obsesiona con dejar un gran legado, es muy fácil perder de vista que todos
los grandes logros de la humanidad no han sido más que acumulaciones de
conocimientos y de experiencias de muchas vidas y en muchas generaciones que de
alguna forma han quedado registrados para ser de provecho a quienes llegaron
detrás.
En el baseball se cuenta que jugador extraordinario es aquel
que hace las jugadas ordinarias extraordinariamente. No hay necesidad de una
gran cantidad de jugadas grandilocuentes para pasar a ser extraordinario: basta
con hacer lo ordinario…..
En otras palabras, lo relevante aquí es que nuestros hijos,
y los hijos de nuestros hijos—ya sean biológicos o no, considerando a toda la
especie humana—se beneficien de nuestros aportes. No importa cuán
grandilocuentes hayan sido, ni si se recuerda quién aportó ese grano de arena.
Facundo Cabral nos recuerda: “Hasta que el pueblo la canta
las coplas coplas no son, y cuando las canta el pueblo ya nadie sabe el autor,
procura tu que tus coplas vayan al pueblo a parar, pues lo que se pierde en
gloria se gana en eternidad.”
En ese sentido, nuestra profundización en nuestra comprensión
del mundo tanto social como natural no ha sido más que la concatenación de
eventos que funcionan como eslabones en donde a falta de cualquiera de ellos,
la cadena de eventos que resulto en todo lo que la humanidad ha logrado simplemente
no existiría.
Así, una tarea aparentemente modesta de un maestro de
primaria puede tener un impacto profundamente trascendental al inspirar a un
niño o niña que, con el tiempo, podría llegar a convertirse en un Einstein,
Marie Curie, Galileo, Newton, Rosalind Franklin, o cualquier nombre por el
estilo, aun cuando termine siendo uno no tan rimbombante. No existe ningún
aporte intrascendente cuando se considera desde esta perspectiva.
De esta forma, al plasmar aquellas vivencias siempre visto
desde una perspectiva única –es decir, de una forma que nadie más lo podría
haber hecho-, estaremos poniendo nuestro grano de arena al mismísimo desarrollo
integral de toda la humanidad.
Preservando los Recuerdos de una Generación Única
Reflexionando sobre este pensamiento, me pregunté por qué no
extender esta idea a las personas maravillosas de mi generación que he conocido
a lo largo de mi vida.
Invitarles a participar en la ardua labor de escribir
aquellos recuerdos que ni la más avanzada inteligencia artificial podrá
capturar por nosotros, antes de que desaparezcan. Estos son los últimos
recuerdos previos a la era de los videos masivos, y deben ser preservados antes
de que, junto con nosotros, se pierdan esos aprendizajes y experiencias que nos
han definido de manera tan particular, incluyendo aquellos que están asociados
a nuestra felicidad y, con suerte, a la de las generaciones futuras.
Nosotros somos la última generación antes de que las
experiencias comenzaran a ser registradas más a través de videos de celulares
inteligentes que por medio de la escritura. Con ello, se ha perdido ese hábito
casi reverencial con el que, hasta ese momento, procurábamos documentar nuestras
vivencias, al menos las más importantes.
Es decir, por encima del hecho tantito escalofriante de que
los registros modernos están en algún lugar misterioso llamado “la nube” a
través de las redes sociales (o sea, guardado en el disco duro de la
computadora de alguien más), los recuerdos de nuestra infancia y juventud ni
siquiera están ahí. Esto nos lleva a una situación sin precedentes en la que
esas memorias podrían extinguirse sin posibilidad de preservarse.
Verán, previo al advenimiento de los smartphones combinados
con lo fácil que es postear por alguna red social, una vez asentada alguna
suerte de sabiduría las personas solían en mayor o menor escala sentarse a
escribir las experiencias que habían acumulado en la vida.
Algunas personas no esperaban tanto, y entonces tenían el
habito de escribir en algún diario todo lo que le iba ocurriendo sobre una base
diaria. Y entonces llego Instagram y otras redes sociales que constituyen un
diario en sí mismo.
Y claro. Mal haría yo al oponerme a una tecnología que por
demás vino para quedarse, Sin embargo, es importante destacar que en esta
tecnología no se encuentra registrada ni la juventud, y mucho menos la infancia
de nuestra generación, algo de lo cual temo que no somos del todo conscientes.
Y si, es cierto que la gran mayoría de los eventos de gran
importancia política o social reposan en nuestras hemerotecas. Pero aquellos no
tan rimbombantes y que nos resultaron tan nuestros, y que llegaron a construir
lo que luego llegamos a ser no quedaron registrados en ningún lugar, y amenazan,
con alguna suerte, a solo dar “verde a los pinos, y amarillo a las genistas.”
(De la canción de Serrat), Mediterraneo.
Es cierto que la mayoría de los eventos de gran importancia
política o social reposan en nuestras hemerotecas. Sin embargo, aquellos
momentos menos rimbombantes pero profundamente nuestros, que contribuyeron a
formar quienes somos, no quedaron registrados en ningún lugar. Estos recuerdos,
lamentablemente, corren el riesgo de desaparecer, o solo a dar “verde a los pinos,
y amarillo a las genistas”, como dice Serrat en su canción, Mediterráneo.
De modo que la suerte está echada. La propuesta lanzada. A
ver si encontramos dentro de nuestras propias experiencias una Patria, y, quien
sabe, hasta un mundo mejor.
Dedicado a aquellas personas maravillosas que he ido
conociendo a lo largo de la vida.